martes, 30 de julio de 2013

Vacaciones

Hoy en la oficina, he soñado que venía la gran ola de Kanagawa.
La ola arrastraba todos los coches, todas las farolas y papeleras, 
toda las prisas y los agobios, y al retirarse, 
sinuosa, dejaba tras de si solamente arena...














lunes, 4 de marzo de 2013

Déjame que te cuente.


Esta entrada debería de ir acompañada de una foto, que hice hace mucho tiempo, y que tenía como título "definición de un beso". Si la encuentro algún día, la cuelgo.


Déjame que te cuente,
la historia de un beso,
Que nació en tus labios
 y murió en los míos.

Suave, dulce, hermoso, intenso.

No conoció miedo ni duda,
No supo de pérdidas ni llantos.
Murió, como nació:
Amando, amado y amante.




Suave, dulce, hermoso, intenso….

miércoles, 1 de agosto de 2012

La idignación laboral

Él sabía que no debía de estar haciendo lo que hacía, que no era momento ni lugar; pero algo en su interior le impulsaba a hacerlo -"Hace tanto tiempo ya"-
Poco a poco, esa membrana interior que contenía su imaginación, su inspiración, se iba debilitando. Debilitando. Pero él no quería que se debilitara. Él quería que se rompiera, desbordando su vida de colores, de frescor, de historias, en definitiva: de Arte.
Sin embargo, la realidad se trató de imponer -"Las musas deben cumplir su horario, como todos"- parecía decir.
-"A ver si se van a pensar que son más importantes que nosotros"- Dijeron de repente los papeles amontonados en la mesa.
-"Inriiiiiingnante, Inriiiiiiingnate"- chillaba enloquecido el teléfono.
Un informe pendiente se alió con los clips, y abrieron uno de los cajones de la mesa -"Diga a esas señoritas que ya que están aquí, te ayuden con lo nuestro y se dejen de pamplinas"- La calculadora se declaró en huelga de teclas caídas y a la grapadora jugaba a lanzar grapas a un grupo de "post it" que gritaban enloquecidos -"¡Llama a menganito! - ¡Recuerda la cita de las 11! - ¡compra leche y jabón de lavadora!"- mientras maldecían las grapas que volaban cerca.
Un golpe en la cabeza le hizo levantar la vista. Las lámparas le habían lanzado una bombilla, y se miraban unas a otras mientras disimulaban hablando del tiempo que hacía desde que se estropeó el aire acondicionado.
 Él trataba de ignorarles, a duras penas, mientras tecleaba en su ordenador.
El teléfono y los post it siguieron reclamando la atención (eran tan inoportunos y caprichosos), los papeles por su parte, intentaron boicotearles tirándose al suelo.
Él apartó la mirada y se agachó, suspirando, a ayudar a los papeles que clamaban ayuda desde el suelo; uno aseguraba que se había doblado una esquina y no dejaba de gemir.
  El teléfono volvió a  sonar. –“El jefe”- Dijo con una sonrisa triunfal.
Ahora todos estaban contentos porque  les harían caso.
El ordenador, no obstante, estaba más oscuro que de costumbre. Comprobó el brillo y el contraste, y aunque los puso al máximo la pantalla siguió luciendo tenue. El ratón, que le conocía desde pequeños dijo -"Se ha quedado triste, pero ya se le pasará"-

domingo, 25 de diciembre de 2011

Turbado


Yo veía a través de sus ojos, hablaba por sus labios, y escuchaba por sus oídos. Sentía a través de su piel, y caminaba con sus zapatos puestos. Yo lo era todo y no era nada. Ella lo era todo.  No entendía entonces porqué me hacía esto... Me sentí  mareado al principio. Llevaba unos días en los que un torbellino de sensaciones y emociones muy dispares nos embargaba; el corazón nos latía a un ritmo muy rápido, como a dos tiempos, el mío más rápido, el suyo, más lento... pero al cabo de los días, ambos se pusieron al son. Sentí como ella me oprimía, sentí dolor, sentí ansiedad, sentí que me estaba asfixiando, ¿porqué me hacía esto? ¡¡Llevábamos toda la vida juntos!!
Recordé los bellos momento que habíamos pasado; paseando por el parque, las últimas navidades con toda la familia, y esos momentos de relax escuchando música. Recordé su voz cuando me leía antes de dormir. Recordé cuando me acariciaba a la vez que me hablaba del futuro que nos esperaba. ¿Porqué entonces? ¿Porqué? Sentí odio. La quería tanto, la amaba tanto... la odié por hacerme esto... Me encontraba confundido, me sentía abandonado; la odié porque no la comprendía. Sentía como si me arrancaran de su lado.

Ya no la odié más... ya sólo sentía miedo. Miedo y frío.

El frío era muy intenso, sentí un golpe seco y no pude más que llorar. La Rabia, el miedo y la desesperación me embargaron, quería gritar, pelear, escapar... y sólo podía llorar. Llorar. El aire quemaba mis pulmones, todo era caos, gritos y luces. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba ella?  Me sentí arropado, pero seguía teniendo miedo. Había perdido la seguridad en mi mismo. Sonidos estridentes me desfondaban los tímpanos, luces intensas me cegaban.
Sentí como me bajaban, y con cuidado me depositaron sobre algo caliente y húmedo. Sentí un olor familiar. Sentí un latido familiar. Sentí unos labios besándome y un susurro que llegó hasta mi: “Mi pequeño”

Me di cuenta de que ella no me había abandonado. Sentí tranquilidad. Era otra vez feliz.

Amanecer


El día había amanecido de una forma suave, poco a poco... al principio perdieron de vista unas pocas estrellas al este, mientras que a sus espaldas los luceros brillaban con mucha intensidad. Al poco tiempo un color rosado dibujó el contorno de Sierra Morena. Abrazados, mudos por la complicidad del momento, vieron como el sol, tímidamente, se asomaba por la sierra de Aracena para mostrar, poco a poco, su orgullo sobre los valles y faldas de las colinas.
Abrazados los dos, el uno junto al otro, sintiendo como el calor de sus cuerpos les protegía del frío rocío de la mañana, observaron los campos de cebada. Vieron como de una encina, un alimoche alzaba el vuelo, tal vez en busca de alimento para los polluelos, que imaginaron, piaban hambrientos.
Ella recostó su cabeza en el hombro de su compañero. Las estrellas hacía rato que habían volado lejos, muy al sur, iluminando otras noches, otras parejas, otras complicidades. Se acercaba la hora de irse, no podían demorarlo más. Recogieron sus cosas despacio, en silencio, comunicándose a base de miradas, caricias y suspiros. Pasearon por la vereda de la mano, disfrutando del momento, viendo sus sombras abrazadas caminar delante de ellos –ojalá pudiéramos fundirnos como ellas- dijo él. Ella, le miró y le besó en los labios. Tras el beso, miró sus ojos y le dijo que sus sombras nunca alcanzarían una fundición mayor a la que tenían ellos al besarse, al abrazarse mientras hacían el amor.

Al llegar al recodo del molino se separaron, ella fue a la casa grande, mientras que él siguió camino hasta las cuadras. No se despidieron de manera efusiva, sino callada y secreta, como su relación. No había nadie en el cortijo ese día, pero nunca se sabía. Las envidias en ese país habían causado mucho daño, no era cuestión de darles una excusa más.

No fue hasta dos semanas después, mientras él estaba en la feria del ganado, que ella sintió los primeros mareos.

Juego de niños



Sobre la mesa había un cuadrado, cinco triángulos y una especie de juanola de madera. Con lo que a él le gustaban esos caramelos de menta, el dolor de cabeza que le estaba dando aquélla “superjuanola”. Menudo fastidio, con lo bien que estaría él jugando con la psp3 que había pedido a los reyes, pero claro, su padre, que era un listo, le había regalado “esto”. Llevaba toda la tarde enfrascado en volver a conseguir ese cuadrado perfecto y no lo conseguía.
-“Maldita Juanola”- deshizo todas las piezas y comenzó otra vez, desde el principio, razonando.

Su padre le observaba desde la puerta; realmente su hijo estaba enganchado al rompecabezas. Tal vez no estuviera todo perdido.

El cumpleaños de Carlitos era el mes siguiente, “creo que le ha llegado el momento de un buen libro”.

Recuerdos


Recuerdos; buenos y malos; bonitos y feos; agradables y horribles; borrosos y nítidos. Recuerdos. Los tenía de todas las épocas de su vida.
Se acordaba por ejemplo del día en que le regalaron su primera peonza; acababa de entrar en el colegio y su padre le había dicho que con aquel juguete haría muy buenos amigos. Aquel mismo día, un niño de cuarto se la quitó en un “juego limpio”. Cuando su padre le preguntó que tal lo había pasado con la peonza aquel día, los sollozos le impidieron contarle lo ocurrido. Recordaba entonces que su padre sonrió, sacó otra peonza nueva, y que, desde ese día, le estuvo enseñando a tirar y a hacerla girar una  y otra vez, hasta que fue capaz de recuperar su peonza  en un clarísimo juego limpio. Recuperó también las peonzas de otros niños, que desde ese día fueron los muy buenos amigos que su padre le había prometido. Sonrió. Sonrió al recordar todas y cada una de las travesuras y de las aventuras vividas en tantos años de juventud.

La sonrisa precedía a las lágrimas que rodaron por sus mejillas al recordar el día que perdió a su padre. No se acordaba bien como ocurrió, de hecho fue su abuela quién le dijo que su padre “se había ido a ordenar el cielo”. Él era aún muy pequeño aunque se creyera el centro del universo. Recordó que esos días lo único que le hacía compañía era ver girar sus peonzas, una y otra vez. Su madre, aunque muy pendiente de su hijo, no podía hacer más que lamentarse.

Su madre. Qué orgullosa estaba de él el día de su boda, caminando juntos al altar. Hermosa, bella. Se volvió a casar muchos años después de la muerte su padre, con un hombre bueno que la cuidó hasta que abandonó este mundo, conscientes ambos de que su amor estaba lastrado por el recuerdo.

Él, unos años después,  unió su vida a la de Carmen Aricoechea, la madre de sus cuatro hijos, la amante fiel, la esposa abnegada, la razón de su vida desde el día que la conoció  en la fiesta de su colegio mayor. Era con ella con quién más y  mejores recuerdos tenía. Con ella, y con sus hijos.
Recordaba tantas y tantas cosas. Siempre había dicho que esa era una de las cosas que hacían a los humanos animales superiores, la capacidad  de recordar.

Y ahora, un tal Alzheimer, lo relegaba poco a poco, al reino vegetal.